¡Ahí me las den todas!
En el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)
encontramos en una de sus acepciones:
ahí me las den todas
1. expr. coloq. U. para expresar que no
importan nada las desgracias ajenas.
Es una antigua y castiza expresión, con la que se quiere
aludir a nuestro convencimiento de salir inmunes e indemnes ante un tropiezo o una agresión física o
anímica, aunque intenten darnos todos los palos del mundo. Y, si así fuere, que
otros los reciban en nuestro lugar.
La frase solemos utilizarla en nuestro tiempo de una manera
irónica para expresar nuestra indiferencia hacia algo.
Con esta expresión se da a entender que no nos importan
absolutamente nada las desgracias ajenas.
Significado:
La expresión transmite la indiferencia ante los contratiempos
que podamos sufrir tanto nosotros mismos como otros.
El sujeto que “la padece” quiere destacar o transmitir que a él eso no le causa el más mínimo daño o
inconveniente.
Origen:
Existen diferentes versiones atribuidas a destacados autores
del mundo de las letras.
Si buscamos referencia respecto al origen de esta expresión,
encontramos que ya aparece incluso en El Quijote. En la carta que Teresa
Aldonza, la mujer de Sancho Panza, envía al escudero cuando ejerció de
gobernador de la Ínsula de Barataria, le dice: «Sanchica hace puntas de randas; gana cada día ocho maravedís horros,
que los va echando en una alcancía para ayudar a su ajuar; pero ahora que es
hija de un gobernador, tú le darás la dote sin que ella lo trabaje. La fuente
de la plaza se secó; un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas».
Esta expresión o dicho
aparece recogida y utilizada por prestigiosos autores como
Menéndez Pidal, creador de la escuela
filológica española y erudito de la Generación del 98.
En su Antología de cuentos de la literatura universal, Don
Ramón Menéndez Pidal nos ilustraba sobre el origen del dicho “¡ahí me las den
todas! “, basándolo en la historia del corregidor y su criado, un cuentecillo
transcrito por el escritor, periodista y político vallisoletano Juan Martínez
Villegas (1817-1894).
“Este cuento narra cómo
un corregidor envió a su alguacil a poner paz entre unos alborotadores que
estaban a la gresca en una riña multitudinaria -en otras versiones fue a
cobrarles una multa-. El pobre alguacil más que pacificar a los contendientes,
solo consiguió llevarse cuatro bofetadas que aquellos le asestaron en la cara,
echándole de allí con cajas destempladas. Regresó el alguacil todo dolorido y
compungido ante su señor corregidor y le preguntó:
-Señor corregidor. Cuando
yo voy a una parte en nombre de usía, ¿no represento a usía?.
-Sí, hombre, sí.
-Y cuando represento a
usía ¿no soy la misma persona que usía?.
-Sí, hombre, sí.
-Y si mi persona es la
persona de usía, ¿mi cara no es también la de usía?.
-Sí, hombre, sí. Pero,
¿a dónde vas a parar?.
-Señor, es que los de
la riña me han dado cuatro bofetadas en esta cara, que es la cara de usía, y,
por consiguiente, usía también ha sufrido las bofetadas.
Entonces, el
corregidor, con toda la formalidad que puede imaginarse, respondió:
-Pues, siendo así, ¡ahí
me las den toda!”
Hay versiones que intentan convencernos de la explicación a
través de una anécdota similar a la del corregidor y el alguacil, aunque puesta
en boca del rey Fernando VII y uno de los alcaldes de su reino.
José María Iribarren tiene documentadas otras versiones de
este cuento como la da Joaquín Bastús en “La sabiduría de las naciones” o la que
nos ofrece Seijas Patiño (Francisco de Paula) en su Comentario al «Cuento de
cuentos», de Quevedo.
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